Es el campeón más joven de Madrid, arrebatándole por cuatro meses el récord a Rafael Nadal, triunfador precoz en 2005.

La culminación tiene forma de monólogo. Es una final poco sustanciosa, sin miga, de una sola dirección, finiquitada con una doble falta de Alexander Zverev, pero no por ello pierde un ápice de brillo el último hito de Carlos Alcaraz, que empieza a convertir la imagen en algo familiar: él, el último prodigio, el joven que va comiéndose a los rivales y a la historia a bocados, levanta el trofeo en la central de la Caja Mágica, que le pide pausa en el desenlace porque la historia va bien, demasiado bien, excesivamente bien. “¡Afloja, Carlitos!”.

En 62 minutos, un tentempié de media tarde —la final más rápida en las 20 ediciones del torneo—, el español funde al alemán (6-3 y 6-1) y sonríe como el campeón más joven de Madrid, arrebatándole por cuatro meses el récord a Rafael Nadal, triunfador precoz en 2005.

Son ya cinco trofeos en la élite (cuatro sobre arcilla) y otros triunfos en otras tantas finales. Dos Masters 1000. Pleno de Alcaraz, el jugador del momento. 10 victorias sucesivas. Ganador en Barcelona y ahora en Madrid, se eleva sin complejos hacia Roland Garros, que comienza en dos semanas y presentará un nuevo aliciente, la irrupción del tenista más en forma de la actualidad.

Hoy día, él es la rueda a seguir. Nadie va tan fuerte ni tan rápido, con tanta decisión. Nadie está tan fresco. Desde que el argentino David Nalbandian conquistara Madrid en 2007 superando a Nadal, Roger Federer y Novak Djokovic, ningún jugador había vencido a tres top-4 en un 1000. Obliga el murciano a revisar y a reconsiderar, acelerando el que iba a ser un teórico futuro que ya es un inmediato presente.

Tiene Alcaraz el instinto de los depredadores: olfatea, divisa, arranca y ataca. Tiene el chico esa virtud tan exclusiva de saber detectar el momento, de seleccionar. En el instante en el que percibe el menor síntoma de fragilidad, cabalga y se lanza a por la presa.

A Zverev se le empezaron a ver poco a poco las costuras, incómodo el alemán con la derecha y demasiado lento en la interpretación, torpón en los desplazamientos; para cuando quiso darse cuenta, el rival ya le había clavado las garras. Un servicio ingenuo, una volea defectuosa, una soberbia dejada de Alcaraz y un derechazo invertido le concedieron el primer break al español, impecable en el manejo de los tiempos. A partir de ahí, un agradable viaje por la autopista. Si le permiten pisar a fondo el acelerador, no se lo piensa.

Amo y señor del partido, el chico de El Palmar se recreó. Un día más, disfrutó e hizo disfrutar. Pelotea Alcaraz con la sensación de sentirse superior, e inocula al de enfrente la sensación de que haga lo que haga y se estire lo que se estire, va a terminar perdiendo el punto. No deja de inventar, y cada golpeo es imprevisible, una suerte de ruleta rusa que en ningún momento logró descifrar Zverev.

Los andares y la expresividad desidiosa del alemán tampoco contribuyeron a pensar en una posible reacción, ni rastro de desobediencia, dócil y quebradizo el gigantón. Un flan con los segundos saques (25%). Dimitió temprano y el desarrollo de la final se tradujo en una alfombra roja para Alcaraz, que lo mismo le desbordaba con uno de esos ganchos que le sorteaba con un globo arquitectónico.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *