mujeres-de-la-tierraFoto: Especial

En un intento por huir de la violencia machista a la que era sometida, Rocío comenzó vendiendo tortillas y tlacoyos afuera del Metro, ahora es microempresaria y lleva sus productos a diferentes comercios, fondas y fiestas privadas.

Su emprendimiento, que incluye desde la cosecha hasta el producto final, le permitió ponerse a salvo de las agresiones que vivía en su hogar y librar de ello a sus tres hermanas, con quienes inició la colectiva Mujeres de la Tierra, Mujeres de la Periferia.

Rocío, Gris, Lety y Alma son originarias de la comunidad indígena de Santa Inés Ahuatempan, en Puebla; sin embargo están asentadas en Santa Ana Tlacotenco, Milpa Alta, donde se encuentra la organización que integran y cobija a mujeres víctimas de violencia.

Una a una, las hermanas fueron dejando la casa paterna, en la que padecían maltratos. La primera en irse hace 30 años fue Gris, quien llegó a Milpa Alta, donde formó una familia con un hombre que también la violentaba.

Trabajó como empleada doméstica o vendiendo nieves y, tiempo después, la siguieron otras dos hermanas. La última en arribar a la capital, hace diez años, fue Rocío, la menor de ellas y quien logró estudiar psicología trabajando en casas.

“La violencia que vivimos es histórica. Nosotras veníamos de un pueblo empobrecido, olvidado, marginado… Vivimos violencias interseccionales, violencia sexual, abuso físico, psicológico y, además, discriminación por el hecho de ser mujer y ser indígena”, dijo Rocío en entrevista con Excélsior.

Sin embargo, al llegar a Milpa Alta, “seguimos enfrentando esta discriminación y violencia, porque crecimos con la idea de que si te tocó un marido golpeador, te tocó una vida violenta y triste y nos tenemos que resignar”, expresó la mujer de 34 años de edad.

(EXCÉLSIOR)

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