Cuando hablamos de viajar, solemos pensar en movimiento: vuelos, maletas, carreteras, hoteles, mapas, horarios. Pero también existe otro tipo de viaje: el que no te lleva a otro país, sino a otro estado del ser. Uno en el que no se necesita pasaporte, solo disposición. Un viaje hacia el silencio.
Cada vez más personas, en distintos rincones del mundo, están explorando experiencias que rompen con el ruido cotidiano, literal y simbólicamente. ¿El objetivo? Desconectarse del exterior para reconectarse con uno mismo.
En Oregon, Estados Unidos, existe un lugar llamado Sky Cave Retreats, donde el visitante se aísla en completa oscuridad durante varios días. Sin celular, sin libros, sin luz. Solo una habitación, una cama, un baño y comida que llega por una compuerta. Algunos han descrito la experiencia como transformadora; otros, como profundamente inquietante. Lo cierto es que, más allá del impacto, este tipo de retiro pone sobre la mesa una necesidad contemporánea: la de frenar.
Y aunque Sky Cave sea uno de los más conocidos, no es el único. Existen también retiros similares en Europa y Asia, inspirados en prácticas antiguas del budismo tibetano o de pueblos como los kogui de Colombia, que han sabido habitar el silencio como una forma de sabiduría.
Otra variante son los tanques de privación sensorial, cápsulas donde se flota en agua salada, sin luz ni sonido, generando una sensación de ingravidez que relaja profundamente el cuerpo… y la mente. Esta experiencia, más breve pero también intensa, ya se ofrece en muchas ciudades del mundo.
Y para quienes buscan una transformación más integral, existen lugares como la clínica Buchinger Wilhelmi, junto al Lago de Constanza en Alemania. Aquí, el viaje no es solo interior: es físico, emocional y espiritual. A través del ayuno terapéutico y el acompañamiento médico, los huéspedes descubren que el bienestar puede ser también un destino.
En estos tiempos, viajar ya no significa solo moverse. A veces, implica detenerse. En una sociedad hiperconectada, elegir el silencio es un acto valiente. Y como todo buen viaje, puede ser desafiante… pero también profundamente liberador.
Viajemos juntos.
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